Tenemos un problema de autoridad. Es un problema en los Estados Unidos y también mundial. En particular, no confiamos en los líderes y las instituciones que debieran y pudieran potenciar el florecimiento humano.

Esa es la conclusión del Barómetro Edelman de la Confianza, una encuesta anual de más de 36.000 personas en 28 países. Según el informe de 2022, “El mundo no está logrando enfrentar los desafíos sin precedentes de nuestro tiempo, porque está atrapado en un círculo vicioso de desconfianza”. Alrededor de dos tercios de los participantes piensan que las figuras de autoridad, como periodistas, políticos y líderes empresariales, mienten de manera descarada. Muchos de nosotros hemos sido engañados, decepcionados y divididos por figuras de autoridad. No es de extrañar que tengamos un problema de autoridad. Como señala el pastor Tim Keller: “La idea fundamental de la modernidad es la anulación de toda autoridad fuera de uno mismo”.
Esta mentalidad es un asunto importante que los creyentes deben resolver, porque el Señor Jesús exige la máxima autoridad sobre nuestras vidas. En Juan capítulo 10, Él dice: “Yo soy el buen pastor” (Juan 10.11). Es una afirmación tierna y reconfortante, pero también significa: “Debo ser la autoridad preeminente en tu vida. Mi voz, mi perspectiva, mi enseñanza y mi dirección deben importarte más que cualquier otro”.
El Señor nos recuerda luego que su autoridad es deseable y hermosa. En los versículos 17 y 18, dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”.
Escrito por: Matt Woodley
Fuente: En Contacto